miércoles, enero 02, 2008
LA ENFERMEDAD DEL INSOMNIO.
"Cuando José Arcadio Buendía se dio cuenta de que la peste había invadida el pueblo, reunió a
las jefes de familia para explicarles lo que sabía sobre la enfermedad del insomnio, y se
acordaron medidas para impedir que el flagelo se propagara a otras poblaciones de la ciénaga.
Fue así como se quitaron a los chivos las campanitas que los árabes cambiaban por guacamayas
y se pusieron a la entrada del pueblo a disposición de quienes desatendían los consejos y súplicas
de los centinelas e insistían en visitar la población. Todos los forasteros que por aquel tiempo
recorrían las calles de Macondo tenían que hacer sonar su campanita para que los enfermos
supieran que estaba sano. No se les permitía comer ni beber nada durante su estancia, pues no
había duda de que la enfermedad sólo sé transmitía por la boca, y todas las cosas de comer y de
beber estaban contaminadas de insomnio. En esa forma se mantuvo la peste circunscrita al
perímetro de la población. Tan eficaz fue la cuarentena, que llegó el día en que la situación de
emergencia se tuvo por cosa natural, y se organizó la vida de tal modo que el trabajo recobró su
ritmo y nadie volvió a preocuparse por la inútil costumbre de dormir.
Fue Aureliano quien concibió la fórmula que había de defenderlos durante varias meses de las
evasiones de la memoria. La descubrió por casualidad. Insomne experto, por haber sido uno de
las primeros, había aprendido a la perfección el arte de la platería. Un día estaba buscando el
pequeño yunque que utilizaba para laminar los metales, y no recordó su nombre. Su padre se lo
dijo: «tas». Aureliano escribió el nombre en un papel que pegó con goma en la base del
yunquecito: tas. Así estuvo seguro de no olvidarlo en el futuro. No se le ocurrió que fuera aquella
la primera manifestación del olvido, porque el objeto tenía un nombre difícil de recordar. Pero
pocos días después descubrió que tenía dificultades para recordar casi todas las cosas del
laboratorio. Entonces las marcó con el nombre respectivo, de modo que le bastaba con leer la
inscripción para identificarlas. Cuando su padre le comunicó su alarma por haber olvidado hasta
los hechos más impresionantes de su niñez, Aureliano le explicó su método, y José Arcadio
Buendía lo puso en práctica en toda la casa y más tarde la impuso a todo el pueblo. Con un
hisopo entintado marcó cada cosa con su nombre: mesa, silla, reloj, puerta, pared, cama,
cacerola. Fue al corral y marcó los animales y las plantas: vaca, chivo, puerca, gallina, yuca,
malanga, guineo. Poco a poco, estudiando las infinitas posibilidades del olvido, se dio cuenta de
que podía llegar un día en que se reconocieran las cosas por sus inscripciones, pero no se
recordara su utilidad. Entonces fue más explícito. El letrero que colgó en la cerviz de la vaca era
una muestra ejemplar de la forma en que los habitantes de Macondo estaban dispuestas a luchar
contra el olvido: Ésta es la vaca, hay que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche y
a la leche hay que herviría para mezclarla con el café y hacer café con leche. Así continuaron
viviendo en una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por las palabras, pero que
había de fugarse sin remedio cuando olvidaran los valores de la letra escrita."
Gabito en Cien Años de Soledad.
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