martes, abril 29, 2008
40 AÑOS NO SON NADA
Una revolución fallida que cambió la vida de generaciones
por FELIPE SAHAGÚN
«No conozco otro episodio de la historia de Francia que me haya dejado el mismo sentimiento de irracionalidad», escribió Raymond Aron. «Lo importante es que se haya producido cuando todo el mundo lo creía impensable y, si ocurrió una vez, puede volver a ocurrir», dijo Jean-Paul Sartre.
Como la revolución francesa y las conquistas napoleónicas dos siglos antes, las revueltas estudiantiles y las huelgas masivas que sacudieron Francia en mayo del 68, a las que se refieren desde atalayas tan alejadas los dos pensadores, fracasaron finalmente en los campos de batalla, pero sus efectos cambiaron la vida de generaciones. En la crisis, huelga, protesta, contestación, efervescencia, revuelta o revolución conocida vulgarmente como el 'Mayo francés' coincidieron actores tan dispares como los universitarios desencantados por un horizonte sin futuro laboral, los trabajadores descontentos por su marginación del boom económico de los sesenta, millones de jóvenes movilizados contra la guerra de Vietnam y pueblos de los cinco continentes deseosos de libertad. El polvorín social y económico en el que prende la chispa es la sociedad opulenta denunciada por Kenneth Galbraith en 1958 y su hija pródiga, la cultura hippy.
El polvorín político fue una guerra ilegal e injusta como la de Vietnam, un Tercer Mundo recién nacido a la independencia y ahogado en la miseria, un sistema internacional partido en dos bloques enfrentados y basado en la amenaza del suicidio nuclear, y sociedades civiles embrionarias sin voz ni parte en las principales decisiones de sus gobernantes. El polvorín ideológico fue la amalgama de las corrientes antiimperialistas, anticapitalistas, neomarxistas, troskistas, castristas, maoístas, estructuralistas y freudianas que desembocan en El hombre unidimensional de Herbert Marcuse (1964) y en la Teoría Crítica de Theodor Adorno. Aunque, como señala el politólogo Fernando Vallespín en el último número de 'Foreign Policy' (edición española), la mayor parte de los protagonistas del 'Mayo francés' seguramente nunca habían leído a Galbraith, Marcuse o Adorno, eran un arsenal maduro para que prendiera la chispa de la rebelión.
Las grandes manifestaciones, protestas y huelgas tuvieron lugar entre el 3 y el 30 de mayo, pero su origen está en las reformas universitarias de 1967, que no contentaron a nadie. Un grupo de estudiantes de la Facultad de Letras de Nanterre, en las afueras de París, dirigidos por Daniel Cohn-Bendit, 'Dany el Rojo', forma un grupo —Movimiento 22 de marzo—, convoca a la movilización y aprueba un programa de reformas educativas y de exigencias políticas radicales. Cerrada su universidad y detenidos algunos de sus dirigentes, se trasladan a la Sorbona, se enfrentan a la policía en el Barrio Latino y piden ayuda a todos los sindicatos estudiantiles y obreros. Las protestas se multiplican, el centro de París se llena de barricadas y en la noche del 10 de mayo la policía lanza un asalto masivo para intentar recuperar el control. Fracasa, en el choque resultan heridas más de mil personas, cuatrocientas de ellas graves y, en respuesta, los sindicatos principales convocan una huelga general para el día 13. El seguimiento fue desigual, pero a la manifestación de París acudió el mismo día más de un millón de franceses. Las reivindicaciones estudiantiles se eclipsan y los sindicatos convocan nueva huelga general e indefinida a partir del 17 que, esta vez sí, paraliza el país. De nueve a diez millones se sumaron a ella.
«Las revueltas resultaron eficaces fuera de proporción (...) y, sin embargo, no fueron auténticas revoluciones», escribe Eric Hobsbawm en su Historia del siglo XX. «Para los trabajadores, allí donde tomaron parte en ellas, fueron sólo una oportunidad para descubrir el poder de negociación industrial que habían acumulado, sin darse cuenta, en los 20 años anteriores». Efectivamente, los estudiantes no eran revolucionarios. Al menos los del primer mundo, como señala Hobsbawm, «rara vez se interesaban en cosas tales como derrocar gobiernos y tomar el poder, aunque, de hecho, los franceses estuvieron a punto de derrocar al general De Gaulle». No lo lograron, pero el presidente De Gaulle, el 27 de mayo, concedió a los sindicatos, a cambio de desconvocar la huelga y dejar aislados a los estudiantes, un aumento salarial del 14%, reducciones sustanciales de la jornada laboral y garantías de empleo y jubilación.
Aunque algunas fábricas emblemáticas, como la Renault de Boulogne-Billancourt (6.000 trabajadores), rechaza en un primer momento el acuerdo, arrastrando con ella a otras muchas, el día 30 De Gaulle se reúne con los mandos militares, disuelve la Asamblea Nacional, convoca nuevas elecciones, confirma al Gobierno de Pompidou y pide por televisión el apoyo de los franceses «contra la amenaza del comunismo totalitario». Fue una intervención decisiva. El plan de unión de la izquierda queda desactivado y deslegitimado hasta comienzos de los años ochenta y millones de franceses se manifiestan, cantando 'La Marsellesa', en apoyo del Gobierno. La huelga se va diluyendo, empiezan a aplicarse los acuerdos, conocidos como 'Los acuerdos de Grenelle' y el gaullismo vence en las elecciones de finales de junio. Seriamente debilitado, De Gaulle se retira al año siguiente.
La imaginación no llegó al poder, como pidió Sartre, ni las guerras dejaron paso al amor, como se pedía en los eslóganes más populares de los estudiantes. La derecha vivió Mayo del 68 y, en buena medida, lo sigue viviendo como un caos pasajero que conviene olvidar. En su campaña electoral de 2007, Nicolas Sarkozy lo identificó con la fuente de todos los males: el relativismo moral, la confusión de valores, la pérdida de autoridad, el cinismo, la irresponsabilidad y la especulación. Gran parte de la izquierda, como recuerda uno de los principales dirigentes de la movida, Alain Touraine, sigue viéndolo como la semilla de la que han germinado muchos de los mejores avances sociales de los últimos 40 años: la liberación de la mujer en el mundo desarrollado, el protagonismo creciente de la sociedad civil, la consolidación de los derechos sindicales...
Como señaló Edgar Morin, fue más que una simple protesta, pero menos que una revolución. Mucho más radical, André Malraux insiste en ver Mayo del 68 como «una verdadera crisis de civilización».
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